CARTA ABIERTA A WOLFIE
Ciertamente habrás leído por ahí (porque tu sólida formación jurídica exige de ti un compromiso intelectual con tu entorno, tu país o al menos tus circunstancias, y eso te lo da necesariamente la lectura) la expresión "privilegio", que en nuestro país y a causa de una asonada de locura social mal llamada "estallido" comenzó a ser triste sinónimo de concatenaciones familiares y sociales que te proveían de posición, recursos abundantes y abstraerte de las preocupaciones pedestres de muchos de aquellos que hoy recurren o recurrieron a tí en busca de consejo o de defensa, la que siempre (porque es el aceite que lubrica al mundo) se trata y se tratará de expresar las victorias judiciales en dinero. Pues bien, querido Wolfie, no te pido que revises tus privilegios. Estaban ahí antes de dedicarte a la aridez del camino del derecho y de las arbitrariedades de este mundo.
Déjame decirte, querido Wolfie (seudónimo amable que me retrotrae a una deliciosa película de Milos Forman, en donde narra la vida y pesares de otro genio, Mozart, que es como lo llamaban en dicha cinta, "Wolfie"), que la vida es vana, a veces cruel, y sobre todo injusta, en donde todo parámetro de justicia humana desaparece de manera brutal y dolorosa para imponerse de manera elemental y salvaje la realidad. Ciertamente habrás escuchado hablar a más de alguien decir que "La vida es bella, y la realidad es maricona". Y eso, querido Wolfie, es lo que trato de decirte.
Ni toda la construcción jurídica romana, ni los pesados e indigestos mamotretos paridos en la Europa de la Ilustración, ni todas las abrumadoras sentencias y fallos de todas las Cortes y despachos judiciales del mundo podrán ir en contra de este principio inmanente, brutal. La vida es vana, efimera, una brizna de brillo en medio de una oscuridad aterradora y eterna; en suma, vanidad, "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", como puede leerse en el Eclesiastés, en ese libro que es la razón y la respuesta de todo para todos.
Ciertamente entiendo de tus esfuerzos para que tus obras sean repujadas en el bronce eterno de las conquistas humanas, mal que mal todo esfuerzo humano busca, en suma, dejar huellas en los demás, permear conciencias, determinar un legado, ya sea en nuestros alumnos, en la academia, en nuestras familias, en nuestros hijos, en nuestra sociedad. Buscamos el reconocimiento y la loa de la multitud como aquella acémila que, puesta a arar sin descanso por un poder que desconoce y tampoco comprende, le es colgada de la frente una hortaliza, que es su premio frente a tantos esfuerzos. Un notable espejismo de felicidad y éxito que termina determinando nuestro derrotero por la vida, a veces sin alcanzarlo, teniendo como último pensamiento ese ya lejano anhelo de reconocimiento y aplausos, antes de que la última particula de oxígeno de los pulmones se mezcle con el universo.
Querido Wolfie, la vida es eso, un susurro trágico, una "pasión inútil", un sino que nos es puesto sobre nuestros hombros apenas nacemos, y la vanidad del oro falso y de las loas que incansablemente se buscan debe dar paso a la reflexión, al reposo intelectual, a la satisfacción existencial de, por fin, entender y saber que las riquezas, aplausos y vacuidades de la vida mundana están muy por debajo de la propia expresión de humanidad.
Vaya en paz estimado Wolfie. El éxito no es una meta, es un camino. Es la autorrealización del ser. Todo lo demás es perecible, accesorio, vano.
Vanidad de vanidades, todo es vanidad.